LECCIÓN NÚMERO 56
LECCIÓN NÚMERO 56 EL HOGAR DE NUESTRA ETERNA MORADA
Una vez cumplido el período del milenio, en el que Jesucristo reine los mil años respectivos con sus escogidos, habiendo sometido a todos los reinos del mundo bajo su potestad y haya entregado el reino a Dios, el Padre. Después de concluido el acto del juicio final, sus escogidos pasarán entonces a poseer las moradas eternas que Él fue a preparar para su Iglesia santa, cuando ascendió al cielo. Ahora bien, sería muy importante que tuviéramos una idea lo más clara posible acerca de esas moradas celestiales, pues muchos pasajes bíblicos hacen alusión al reino de los cielos como el lugar de nuestra eterna morada, sin darnos una idea de cómo será el lugar o qué características tendrá. Como consecuencia de ello numerosos creyentes se imaginan la existencia de ese reino y de la vida eterna, sencillamente sobre ese manto o bóveda celeste que percibimos a simple vista. Sin embargo, otros pasajes nos hablan en términos más concretos y demostrativos, refiriéndose a ese bello lugar:
51Filipenses capítulo 3: versículos 20 y 21: "Mas nuestra vivienda es en los cielos; de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; 21El cual transformará el cuerpo de nuestra bajeza, para ser semejante al cuerpo de su gloria, por la operación con la cual puede sujetar también a sí todas las cosas."
51Hebreos capítulo 11: versículos 8, 10 y 14 al 16: "Por fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir por heredad; y salió sin saber dónde iba. 10Porque esperaba ciudad con fundamentos, el artífice y hacedor de la cual es Dios. 14Porque los que esto dicen, claramente dan a entender que buscan una patria. 15Que si se acordaran de aquella de donde salieron, cierto tenían tiempo para volverse: 16Empero deseaban la mejor, es a saber, la celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos: porque les había aparejado ciudad."
Veamos ahora, cuán bello relato nos regala nuestro visionario Apóstol, acerca de su hermosa revelación según 51Apocalipsis capítulo 21: versículos 1 al 6 y 10 al 23, donde nos describe un magistral panorama diciendo que, vio un cielo nuevo, y una tierra nueva: porque el primer cielo y la primera tierra se fueron, y el mar ya no es. Y yo Juan vi la santa ciudad, Jerusalem nueva, que descendía del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y el mismo Dios será su Dios con ellos; y limpiará Dios toda lágrima de los ojos de ellos, y la muerte no será más; y no habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas son pasadas. Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas. Y díjome: Hecho es. Yo soy el Alpha y la Omega, el principio y el fin. Al que tuviere sed, yo le daré de la fuente del agua de vida gratuitamente. Y llevóme en Espíritu a un grande y alto monte, y me mostró la grande ciudad santa de Jerusalem, que descendía del cielo de Dios, teniendo la claridad de Dios: y su luz era semejante a una piedra preciosísima, como piedra de jaspe, resplandeciente como cristal. Y tenía un muro grande y alto con doce puertas; y en las puertas, doce ángeles, y nombres escritos, que son los de las doce tribus de los hijos de Israel. Al oriente tres puertas; al norte tres puertas; al mediodía tres puertas; al poniente tres puertas. Y el muro de la ciudad tenía doce fundamentos, y en ellos los doce nombres de los doce apóstoles del Cordero. Y el que hablaba conmigo, tenía una medida de una caña de oro para medir la ciudad, y sus puertas, y su muro. Y la ciudad está situada y puesta en cuadro, y su largura es tanta como su anchura: y él midió la ciudad con la caña, doce mil estadios: la largura y la altura y la anchura de ella son iguales. Y midió su muro, ciento cuarenta y cuatro codos, de medida de hombre, la cual es del ángel. Y el material de su muro era de jaspe: mas la ciudad era de oro puro, semejante al vidrio limpio. Y los fundamentos del muro de la ciudad estaban adornados de toda piedra preciosa. El primer fundamento era jaspe; el segundo, zafiro; el tercero, calcedonia; el cuarto, esmeralda; el quinto, sardónica; el sexto, sardio; el séptimo, crisólito; el octavo, berilo; el nono, topacio; el décimo, crisopraso; el undécimo, jacinto; el duodécimo, amatista. Y las doce puertas eran doce perlas, en cada una, una; cada puerta era de una perla. Y la plaza de la ciudad era de oro puro como vidrio trasparente. Y no vi en ella templo; porque el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero. Y la ciudad no tenía necesidad de sol, ni de luna, para que resplandezcan en ella: porque la claridad de Dios la iluminó, y el Cordero era su lumbrera.
Estas descripciones bíblicas nos permiten entender con toda claridad, que el hogar de la eterna morada para los salvados ha de ser la santa ciudad, la Jerusalem nueva, la cual descenderá con el nuevo cielo y la nueva tierra para ser tomada en posesión de los salvados. En este lugar está establecido el Reino de Dios, donde habremos de morar, según lo que declaran los versículos leídos en 51Apocalipsis capítulo 21: versículos 1 al 3; y de acuerdo con la promesa de Jesucristo referida en 51Juan capítulo 14: versículos 1 al 3. El manto o bóveda celeste que se percibe a simple vista, sabemos que no es más que un falso reflejo óptico, debido al alcance limitado de nuestra percepción visual, que no logra traspasar los límites de nuestra galaxia. De lo que sí podemos estar seguros es de la existencia de la expansión, a la cual Dios llamó cielos, según 51Génesis capítulo 1: versículo 8; en la que puso el sol, la luna y las estrellas, según dicen los versículos 16 y 17 del contexto. Cuando la Biblia hace alusión al cielo o a los cielos, se está refiriendo al espacio sideral, contenido por una infinidad de galaxias. Y cuando el apóstol Juan declara haber visto un cielo nuevo y una tierra nueva, bien puede interpretarse que él estaba viendo una nueva galaxia, donde está establecido el Reino de Dios. Un lugar sublime, maravilloso y superior al que vivimos actualmente. Un lugar donde no es posible morar sino con una naturaleza transformada por los efectos de la incorrupción y la inmortalidad, la cual alcanzaremos los redimidos por Jesucristo en su segundo advenimiento. Un lugar donde según el apóstol Pablo, “cosas que ojo no vio, ni oreja oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para aquellos que le aman”.
Algunos creyentes, basados en pasajes bíblicos como 51Isaías capítulo 11: versículos 6 al 9 y otros, afirman que el hogar de nuestra eterna morada ha de ser en esta misma tierra y bajo este mismo cielo, pero evidentemente estos pasajes solo hacen alusión a la estancia del Reino de Dios en la tierra durante el período milenario, por cuanto las Escrituras declaran que esta tierra y este cielo serán destruidos y huirán de la presencia de Dios. Tomemos en consideración lo que nos dicen los pasajes siguientes:
51Segunda de Pedro capítulo 3: versículos 10, 12 y 13: "Mas el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella están serán quemadas. 12Esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios, en el cual los cielos siendo encendidos serán deshechos, y los elementos siendo abrasados se fundirán. 13Bien que esperamos cielos nuevos y tierra nueva, según sus promesas, en los cuales mora la justicia."
51Apocalipsis capítulo 20: versículo 11: "Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado sobre él, de delante del cual huyó la tierra y el cielo; y no fue hallado el lugar de ellos."
51Apocalipsis capítulo 21: versículo 1: "Y vi un cielo nuevo, y una tierra nueva: porque el primer cielo y la primera tierra se fueron, y el mar ya no es."
Así concluimos este relevante tema con una de las más hermosas reflexiones cristianas, expresada en las siguientes palabras:
"Antes que pase mucho tiempo, tú y yo participaremos en una gloriosa celebración de victoria. En esa ocasión nos encontraremos en el mar de vidrio, frente a las murallas de la nueva Jerusalem, la ciudad santa de Dios. Las puertas de perlas se abrirán de par en par para que pase el ejército de los salvados encabezado por Jesús. Tú y yo tendremos derecho de entrar en la ciudad celestial gracias a lo que sucedió en la cruz del Calvario hace más de dos mil años, cuando Jesús sufrió la muerte por nuestros pecados."
"Y los entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento; y los que enseñan a justicia la multitud, como las estrellas a perpetua eternidad." 51(Daniel capítulo 12: versículo 3).
Escuche una preciosa alabanza alusiva al tema, en la interpretación de Janice Trojan (Cárdenas). Solo toque este enlace.