DÉCIMO MANDAMIENTO

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DÉCIMO MANDAMIENTO

"NO CODICIARÁS"

54Aunque la codicia aparente ser una actitud simple e inofensiva del comportamiento del hombre, lo cierto es que ha sido una de las herencias más horribles y desastrosas que trajimos los seres humanos como producto de la depravación heredada, a causa del pecado de la primera pareja. La misma se define como un ansia exagerada, un deseo vehemente, violento, de poseer algo.

A causa de sus efectos tan nocivos para la humanidad, su prohibición se convirtió en un mandamiento de Dios, escrito con su propio dedo y contenido en el Decálogo Divino. Veamos al respecto lo que nos dicen las Sagradas Escrituras:

51Éxodo capítulo 20: versículo 17: "No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo."

En este caso, como en el anterior, el primer reflejo de este pecado ha llegado hasta nosotros nada menos que desde el Edén, según 51Génesis capítulo 3: versículos 2 al 7 donde declara el relato que, la mujer respondió a la serpiente: Del fruto de los árboles del huerto comemos; mas del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni le tocaréis, porque no muráis. Entonces la serpiente dijo a la mujer: No moriréis; mas sabe Dios que el día que comiereis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como dioses sabiendo el bien y el mal. Y como vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos y codiciable para alcanzar la sabiduría, tomó de su fruto y comió; y dio también a su marido, el cual comió, así como ella. Y fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos."…

Lógicamente, la sabiduría que la mujer codició en este caso, no es la sabiduría sana y verdadera que tiene su fundamento en el temor de Dios, sino un desmesurado conocimiento del bien y del mal, que los haría iguales a Dios como le había dicho el Diablo, intentando así, mediante la codicia de lo ilícito y lo prohibido, usurpar el lugar de Dios.

Indudablemente, fue la codicia el impetuoso e iluso deseo que con mayor fuerza influyó en la primera mujer para tomar la fatal determinación de desobedecer a Dios, quien además de darles la existencia, los había hecho a su propia imagen, dotados de una naturaleza santa y perfecta con el fin de que vivieran eternamente felices sobre la tierra.

Todo lo bello, lo maravilloso y acogedor, lo creó Dios y lo puso bajo la potestad de la primera pareja, con el fin de contribuir de manera especial a su propia felicidad. Al bienestar de una vida plena en la que no existiría la angustia, el dolor, el sufrimiento, el envejecimiento, la enfermedad ni la muerte para ninguna criatura. Pero todo estaba sujeto simplemente a la obediencia de las normas establecidas por el Divino Creador. Y lamentablemente ellos, movidos por el terrible y aparentemente inofensivo pecado de la codicia, claudicaron desobedeciendo a Dios. De esta manera, el ser humano quien había sido creado con la facultad del libre albedrío, rehusó a ser gobernado por su Creador para gobernarse a sí mismo. Debido a tal determinación perdió todos los privilegios que disfrutaba bajo la protección del gobierno divino, para someterse al gobierno del Diablo, autor de la codicia y de toda obra mala y pecaminosa, a quien creyó la mujer más que al Supremo Creador.

La sentencia, por lo tanto, fue irrevocable. Llegó el dolor, la angustia, el envejecimiento, las enfermedades y la muerte. Y a consecuencia del pecado vino la depravación heredada, la que generó los grandes males que han azotado a la humanidad a través de su historia, tal como lo expusiéramos en la introducción a este tratado.

Según el concepto de algunos, la codicia pudiera ser admitida siempre que aquello que deseamos esté legítimamente a nuestro alcance. Pero cuando se codicia lo ilícito o lo prohibido, entonces esta se convierte en un deseo insano y peligroso, que puede causar graves consecuencias como las que originó el acto ambicioso de la primera mujer.

En este caso, es también la experiencia la que nos proporciona la prueba más evidente de las graves consecuencias que ha traído como resultado a la humanidad este pecado.

Está probado que el interés insensato por los bienes ajenos ha conducido a muchas personas al hurto, el fraude, el adulterio, el homicidio, las guerras despiadadas, pleitos, contiendas, enemistades y otros males, que al igual que en el caso de la transgresión de los demás mandamientos ha causado a la humanidad constante dolor, sufrimiento e infelicidad. Por tal motivo, el apóstol Pablo nos da un sabio consejo:

51Gálatas capítulo 5: versículo 26: "No seamos codiciosos de vana gloria, irritando los unos a los otros, envidiándose los unos a los otros."

Recuerde que fue el Diablo quien indujo a la mujer a la codicia de lo prohibido, y aunque la misma se haya convertido en una tendencia intuitiva del género humano, no obstante, siempre que esté presente este deseo pernicioso, detrás del mismo se esconde la influencia inductiva del enemigo de nuestras almas y autor de todos los males que azotan a la humanidad. No permita que el enemigo de la felicidad del hombre le siga haciendo daño. Rechace firme y decididamente el pecado de la codicia. ¡Por favor, no lo olvide! No codiciarás”.

Tal como lo expusiera al inicio de este comentario, los primeros cuatro mandamientos del Decálogo Divino están relacionados con el amor a Dios, cuya desobediencia lleva al hombre a la triste condición de la falta de amor a nuestro Supremo Creador. Es lamentable la experiencia de ver cómo el hombre, cuando es víctima de tal condición, se convierte en avaricioso, egoísta e indolente, lo que generalmente lo conduce a la desobediencia de los otros seis mandamientos, en relación con el amor al prójimo. Llevándolo así a una condición de mayor degradación moral.

Confiando en la dispensabilidad del lector debido a la redundancia, quiero reiterar que entre los males más graves que han azotado a la humanidad a través de toda su historia se encuentran el crimen del homicidio, el adulterio, el hurto, la ambición, la violencia, las guerras despiadadas, la explotación del hombre por el hombre, las enfermedades, la ignorancia, la frustración, el hambre y la miseria. Pero no se sorprenda, si le digo que todas estas desgracias no son más que el producto de la desobediencia a los mandamientos de nuestro Supremo Creador.

Ahora bien, con respecto a estos últimos seis mandamientos, muchos lectores se preguntan cómo es posible amar al prójimo como a sí mismo.

La respuesta aquí se deduce de la sugerencia del Señor Yeshúa conocida como “la regla de oro”. Veamos lo que nos dice el texto sagrado:

51Mateo capítulo 7: versículo 12: "Así que, todas las cosas que quisierais que los hombres hiciesen con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esta es la ley y los profetas."

Así justamente es como nuestro Creador nos manda que amemos a nuestros semejantes, considerándolos como a sí mismos y no haciéndoles mal alguno, sino tratándolos como quisiéramos que nos trataran a nosotros.

Resulta maravilloso saber que en disparidad con las fatales consecuencias que acarrea a la humanidad la desobediencia a los santos mandamientos, la subordinación a los mismos, sin embargo, le proporciona beneficios tales, que contribuyen tanto al bienestar y la felicidad individual como al de la sociedad.

De esta manera, cuando la persona logra entender el propósito de los santos mandamientos, y se hace de ellos para obedecerlos de todo corazón, cambia su conducta de manera tal que no ocasiona ninguna clase de daño a la sociedad. Y como un efecto positivo de su regeneración, deja de abrigar en su corazón todo sentimiento de odio, rencor, venganza, traición, envidia, codicia y cosas semejantes, las cuales no le permiten al individuo experimentar felicidad alguna. Sucede así, que el lugar que ocupaban estos sentimientos en su corazón, es sustituido ahora por el amor de Dios. Antes, su corazón era como una copa llena de impurezas, pero ahora es cual una copa que rebosa de amor para con Dios y para con sus semejantes, lleno de felicidad. Por cuanto está probado psicológicamente, que por lo general, cuando la persona siente amor en su corazón, este contribuye a su propia felicidad. Así concluyo este comentario acerca de los Diez Mandamientos, con la siguiente confirmación de las Sagradas Escrituras:

51Eclesiastés capítulo 12: versículo 13: "El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre."

Escuche a Verónica Leal con una hermosa alabanza alusiva al tema. Solo toque este enlace.

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