INTRODUCCIÓN
INTRODUCCIÓN
Basado en el concepto emitido en la contraportada de este libro, titulada: “Busque la verdad y sígala”, esta versión tiene la particularidad de reflejar los nombres de Dios el Padre y del Mesías el Hijo, tal como se pronuncian en el texto original hebreo, reflejados a través del índice. De acuerdo con las enseñanzas expuestas por eminentes eruditos acerca del tema. Por lo cual, después de haberme asesorado con las evidencias presentadas por algunos de los más reconocidos entre ellos y con maestros especialistas en la enseñanza del hebreo, he decidido compartirlo como un complemento esencial del contenido de este tratado. El mismo está relacionado con el conocimiento de lo que revela el texto en los idiomas originales hebreo y griego acerca de los nombres de Dios el Padre y del Mesías el Hijo, con evidencias históricas y gramaticales de las traducciones y las transliteraciones, basadas en el uso de sus nombres en nuestras versiones de la Biblia al español. Estos detalles serán mejor comprendidos por los principiantes en el estudio de la Santa Biblia, después que hayan estudiado el tema en cuestión y mejor aún después de haber leído todo el libro.
En realidad, casi todos los nombres personales, nombres de ciudades, lugares y otros, registrados en el Antiguo Testamento, están tergiversados en las versiones a nuestro idioma, por cuanto en su mayoría, los traductores no los transliteraron directamente del original hebreo. Pero lo más importante para muchos, en especial para mí, son los nombres divinos en los cuales estará enfocado mi verdadero interés en este caso.
Se trata de seguir los parámetros de los principios gramaticales del idioma hebreo aplicados al texto original en el cual fueron revelados sus nombres. Por cuanto, los primeros traductores como los actuales, también eran hombres muy cultos y además de conocer bien los idiomas originales del texto sagrado, debían conocer también sus reglas gramaticales, y se asume que tendrían un profundo conocimiento bíblico e histórico al respecto, basados en los detalles que revela el estudio del tema, que no estaba vedado para ningún estudioso de la materia.
Los traductores del Antiguo testamento al griego, según la Versión Septuaginta, aunque en algunas partes dejaron el nombre divino sin traducción ni transliteración, sino solo como las cuatro letras (YHVH), sin embargo, por lo general lo tradujeron como Theós: Dios y como kúrios, [kyvrios]: Señor. Coincidiendo así este último, con el significado que tiene la pronunciación del nombre Adonay (Señor), según su aplicación en hebreo. Pero según los eruditos en la materia, los traductores de nuestras versiones al español, lejos de tomar el ejemplo empleado en la versión de referencia llevada a efecto por traductores hebreos, prefirieron hacer una transliteración tergiversada del nombre sagrado al escribirlo como Yehovah, posteriormente [Jehová], siguiendo la interpretación de los indoctos en el conocimiento de la gramática hebrea.
Sin embargo, el Nombre personal del Hijo, referido en los libros de Esdras y Nehemías, aunque aplicado a otro personaje, según la Septuaginta, fue transliterado por los eruditos hebreos con la pronunciación más cercana que les fue posible con relación a la fonética del hebreo debido a las diferencias gramaticales y de caracteres entre ambos idiomas. Tal como lo comprobaremos en el estudio del tema. Basados en tal experiencia, los escritores del Nuevo Testamento aplicaron el mismo método para la transliteración del nombre del Salvador.
En el caso de la transliteración de su nombre al español, si el traductor la hubiese hecho directamente del hebreo, el sonido se hubiese podido reproducir exactamente como Yeshúa conforme al original porque nuestra gramática, así lo permite. Sin embargo, su preferencia fue transliterarlo del griego, aunque mantuviera la deformación ocasionada por la diferencia del sonido y otros detalles expuestos en el tema con toda claridad. Todo ello debido en parte, al hecho de estar familiarizados por más de trece siglos con las Escrituras en griego, pero mayormente, por la pugna y el rechazo heredado del siglo II hacia el judaísmo. De lo cual nosotros hemos sido víctimas por habernos ocultado la verdad durante siglos acerca de los nombres divinos. Y nos han mantenido con una venda, tanto a los simples creyentes como a la gran mayoría de pastores, ministros y otros líderes religiosos honestos. Aunque por suerte, para Dios no existen barreras de idiomas para nuestra comunicación con Él, sin embargo, nos han heredado la pronunciación del nombre del Padre, como Yehovah [Jehová], desde el Génesis hasta Malaquías, cuya fonética según los eruditos en la materia, jamás se ha pronunciado en el idioma original en que fue revelado su nombre a la humanidad. Por lo cual, cuando leemos en cualquiera de los libros del Antiguo Testamento, por ejemplo: Así ha dicho Jehová… estamos ante una declaración gramaticalmente errada, porque el nombre del Dios Eterno Nunca se mencionó con esa fonética sino hasta haber pasado el año 1000 d C., según lo podremos comprobar en nuestro estudio del tema. De igual manera lo han hecho con el nombre del Hijo en cada versículo donde está escrito desde Mateo hasta el Apocalipsis. Cuando bien sabemos que el texto griego del Nuevo Testamento con sus terminologías, no apareció, sino varios años después de Cristo y varios siglos más tarde en español, por lo que es del todo lógico que, durante toda su vida, el Hijo de Dios, el Mesías, nunca fue llamado ni mencionado por nadie como Jesús, ni siquiera como Iesús según el griego y el latín, sino por su nombre original revelado en este estudio. Así tampoco fue conocido como el Cristo, sino como Hamashíaj: El Mesías, y por ende, sin lugar a dudas este concepto es aplicable a su nombre en cualquier parte del Nuevo Testamento donde se halle reflejado. Por ejemplo: en Lucas 18: 35-38 dice que el ciego dio voces diciendo: Jesús, hijo de David… Esa es una falsa declaración que muchos consideramos como una mentira sostenida. El siego jamás pudo haberlo llamado Jesús, sino Yeshúa como se pronuncia en hebreo, por cuanto era su idioma natal. Además, si la preferencia del traductor o de cualquier otra persona, es llamar su nombre Jesús, aun pudiendo llamarlo Yeshúa, porque nuestro idioma así lo permite; pudiéramos aceptarlo como admisible. Pero, lo que no es admisible, ni siquiera tolerable, es que se ponga en boca de los personajes bíblicos de origen y cultura hebrea, que lo mencionaron. Porque ese nombre jamás ha existido en ese idioma.
Por tales razones, aunque algunos difieran de mi criterio, he querido exponer los nombres de Dios el Padre y del Mesías el Hijo, en el texto del autor, según su pronunciación en el original hebreo. En el texto bíblico, sin embargo, me limitaré a poner el nombre sugerido entre [corchetes] seguido del nombre dado en nuestras versiones al español: en este caso [el Señor], después del nombre Jehová, excepto cuando aparezca como “el Señor Jehová”, para evitar así la redundancia. Así también, pondré [Yeshúa], después de Jesús. Cuando el nombre esté repetido en el mismo versículo, solo pondré una [Y] en lugar de Yeshúa a partir de la segunda vez que este se refleje. Además de ello, aunque el término Cristo, para referirse al Mesías, es admisible por concepto de traducción, sin embargo, yo prefiero mantener la sugerencia de [el Mesías] por tratarse de una transliteración que emite una fonética más cercana a la pronunciación hebrea “Mashía”
Sin embargo, aunque la queja contra los traductores haya sido inevitable en eta introducción, no obstante, toda verdad que Dios nos permita descubrir y revelar a través de su Santa Palabra, muy lejos de la censura o la desavenencia, deberá ser compartida con todo creyente cristiano fundamentada siempre sobre la base del amor y la gracia de nuestro divino Creador.